Se calcula que entre el 65 y el 70% de la población mundial estará concentrada en ciudades en el año 2050. Las consecuencias, que empezamos a ver ya, son terribles humana, social y medioambientalmente. La despoblación no es una «re-naturalización» del medio rural, sino la destrucción de miles de vidas. Vidas que al desarraigarse dejan tras de sí un largo rastro de bienes culturales, valores comunitarios, bio-diversidad y conocimientos perdidos.